Mi perro ha muerto.
Lo enterré en el jardín
junto a una vieja máquina oxidada.
Allí, no más abajo,
ni más arriba,
se juntará conmigo alguna vez.
Ahora él ya se fue con su pelaje,
su mala educación, su nariz iría.
Y yo, materialista que no cree
en el celeste cielo prometido
para ningún humano,
para este perro o para todo perro
creo en el cielo, sí, creo en un cielo
donde yo no entraré, pero él me espera
ondulando su cola de abanico
para que yo al llegar tenga amistades.
Ay no diré la tristeza en la tierra
de no tenerlo más por compañero,
que para mí jamás fue un servidor.
Tuvo hacia mí la amistad de un erizo
que conservaba su soberanía,
la amistad de una estrella independienre
sin más intimidad que la precisa,
sin exageraciones:
no se trepaba sobre mi vestuario
llenándome de pelos o de sarna,
no se frotaba contra mi rodilla
como otros perros obsesos sexuales.
No, mi perro me miraba
dándome la atención que necesito,
la atención necesaria
para hacer comprender a un vanidoso
que siendo perro él,
con esos ojos, más puros que los míos,
perdía el tiempo, pero me miraba
con la mirada que me reservó
toda su dulce, su peluda vida,
su silenciosa vida,
cerca de mí, sin molestarme nunca,
y sin pedirme nada.
Ay cuántas veces quise tener cola
andando junto a él por las orillas
del mar, en el invierno de Isla Negra,
en la gran soledad: arriba el aire
traspasado de pájaros glaciales,
y mi perro brincando, hirsuto, lleno
de voltaje marino en movimiento:
mi perro vagabundo y olfatorio
enarbolando su cola dorada
frente a frente al Océano y su espuma.
Alegre, alegre, alegre
como los perros saben ser felices,
sin nada más, con el absolutismo
de la naturaleza descarada.
No hay adiós a mi perro que se ha muerco.
Y no hay ni hubo mentira entre nosotros.
Ya se fue y lo enterré, y eso era todo.
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Este poema de Pablo Neruda rescata la memoria de Billie.
Millie se escapó, y James quería un otro perro. No podía negarle el amor de un perro. Fuimos al refugio de animales en Monterey, California. Sólo las puertas negras perforado las cárceles de hormigón gris. Eran demasiado pequeños, pero fue a todos los perros se les dio.
Elegí Billie 45 minutos antes de que iban a matarla. Era un perro marrón simple. «¿Tiene sus vacunas?» preguntó James. «No,» respondió el empleado. James no se acordaba de que Billie fue minutos de la muerte. Nos la trajo a la casa. Ella tenía hambre.
Tres días después, dos agentes de control de animales llegaron a la casa. Eran lesbianas. James abrió la puerta en ropa interior y pensó que su vida estaba en peligro. Los agentes habían encontrado Millie. Al principio, se enojaron. Luego fueron relevados en la felicidad de James sobre el regreso de Millie. Así que tuvimos Millie y Billie.
Como Billie se crió, hemos aprendido acerca de los instintos de los perros agresivos. Estoy protegido Billie toda su vida. James, yo, y todos los animales vivían detrás de vallas. Billie era el reflejo del alma de James. Cuando murió, su corazón murió con ella.
Billie se debe ejecutar en la misma playa en el cielo como el perro de Pablo Neruda. James y yo tenemos algo de su pelo, y lo beso de vez en cuando.